Antes de nada, debemos recordar que la saga de Martin es una obra de ficción fantástica y, como tal, podemos concluir con que el rigor histórico, en un mundo mayoritariamente inventado, sencillamente no puede existir. El género literario al que se adscribe es su segundo gran escollo a la hora de ponderar la «historicidad» de la obra. Y es que la llamada «fantasía épica» siempre se ha mostrado menos interesada por el periodo histórico en sí mismo que en las convenciones y tópicos construidos en torno a éste. Pero ni la distinción es a veces simple (¿acaso el historiador Leopold von Ranke no leyó con avidez Ivanhoe?), ni el «mal mito» en que hemos convertido a la Edad Media resulta ser un fenómeno de actualidad.
A comienzos del siglo XIX, una exultante Europa celebraba lo que consideraba el triunfo de los grandes valores de la Modernidad: progreso, racionalismo e Ilustración. Esta nueva identidad se forjó a partir de la contraposición con unos grandes «Otros». El primero es el más conocido, pues se «desvela» al ritmo de la expansión colonizadora por territorios de todo el globo: Oriente, un lugar que se muestra a su vez exótico y salvaje, opulento y temible, refinado pero cruel. Relegándolo a un estatus semejante, Europa también imaginó la existencia de un ente igualmente exótico que dio en llamar Medievo: un largo, tenebroso y estéril «tiempo de en medio» situado entre dos eras luminosas, la Antigüedad grecolatina y el Renacimiento europeo. Así las cosas, la percepción popular de la Edad Media quedó en adelante caracterizada, por excelencia, a través de tópicos como la barbarie, el oscurantismo y la superstición. Incluso cuando ésta se concibe de forma positiva, como hicieron los románticos al tratar de transformarla en aquel añorado lugar de evasión, se distorsiona e idealiza inevitablemente: ahora también se entiende como un lugar habitado por desvalidas y virginales doncellas, valores caballerescos, ardor guerrero y religiosidad sincera, donde el Honor y la Virtud aún no han sido aniquilados por el egoísmo y la avaricia.
Todos estos tópicos, lejos de desaparecer, fueron retroalimentándose a lo largo de la siguiente centuria con obras como la épica fantástica de J. R. R. Tolkien o los diferentes juegos de rol basados en Dragones y Mazmorras como principales referentes. Esta Edad Media «imaginada» termina siendo plasmada, por tanto, como una especie de escenario o «lugar común» donde los autores acaban trasladando sus verdaderos intereses narrativos, que en muchos casos tienen más que ver con nuestro propio presente. Los del «rebelde» Martin, de hecho, resultan bastante actuales, debiendo más sus enrevesadas intrigas nobiliarias a la Realpolitik del siglo XX que a la Guerra de las Dos Rosas (1455-1487).
¿Quiere decir esto que CdHyF no guarda ninguna relación con la Edad Media más allá de lo que podemos considerar una inspiración libre, interesada o selectiva? Ciertamente, la saga de Martin no es una novela histórica, ni ofrece una narrativa histórica y, sin embargo, esto no excluye que ciertos elementos asociables a lo «histórico» aparezcan a lo largo de sus páginas. Es en el rico trasfondo de su obra donde Martin se distingue como un hábil tejedor, capaz de rescatar y reutilizar con maestría un gran número de elementos culturales y mitológicos de la Europa noroccidental en su preocupación por dotar de profundidad y «realismo» al mundo fantástico donde hace transcurrir su relato.
De entre ese trasfondo, especialmente hipnóticas resultan las miradas animales que pulsan provocativas desde sus recovecos. El universo creado por Martin está indudablemente habitado por terribles monstruos y fieras de ensueño, pero también impregnado de arriba a abajo por el simbolismo y estrechas relaciones que la sociedad humana establece con éstos, de forma muy parecida a como debió concebirse en la Edad Media. Siendo CdHyF una saga principalmente protagonizada por una clase dominante de señores y linajes que rivalizan y entretejen entre sí diversos vínculos feudo-vasalláticos, uno de los aspectos más llamativos de esa presencia animal la encontramos en la heráldica de las diferentes Casas que pugnan por hacerse con el Trono de Hierro (y que, desde luego, han conseguido posicionarse a la cabeza del merchandising más rentable de la saga). El bestiario heráldico de CdHyF toma préstamo directo del que se configuró en la Cristiandad medieval a partir de finales del siglo XII y no es casual que tres de las Casas con mayor antigüedad de los Siete Reinos ostenten precisamente los que fueron los emblemas faunísticos más frecuentes: el lobo (Stark), el león (Lannister) y el águila (Arryn).
Hay otro animal, sin embargo, que merodea casi fantasmagórico entre las brumas de la historia y la ficción. Tanto en la Cristiandad bajomedieval como en Poniente, el oso se nos presenta como una fiera al borde de la derrota. Antaño adorados cual ursinas Diosas matronas o grandes Señores del bosque, el oso pardo es convertido ahora en un animal ridiculizado por violento, torpe y glotón; una verdadera encarnación del Demonio que, poseído por un apetito sexual descontrolado, rapta y viola doncellas a placer logrando en ocasiones incluso procrear con éxito, dando lugar a uniones del todo sobrenaturales como el mítico Béowulf o el bisabuelo del prestigioso rey de Dinamarca Sven II Stridsen (1047-1076). Esta sospechosa figura acabará cayendo de los blasones nobiliarios hasta convertirse en minoritaria, ostentada con orgullo tan sólo por algunos burgos como Berna, Madrid o Berlín.
De modo semejante, en CdHyF el oso es el emblema de una de las Casas menores más antiguas y pobres de los Siete Reinos. Su conocido lema, «Aquí aguantamos», supone toda una declaración de intenciones por parte de los autoproclamados Señores de la Isla del Oso. Y es que, más allá de canciones con reminiscencias folclóricas como El Oso y la Doncella, George R. R. Martin recoge gran cantidad de interesantes detalles a partir de esa herencia medieval ursina dándoles un ingenioso giro «en femenino» para los personajes de Maege y Alysane, mujeres principales de la Casa Mormont.
Tanto madre como hija ejercen en la práctica como Señoras (propietarias) de la Isla del Oso y figuran, de hecho, como cabezas de la Casa tras el exilio de sus parientes masculinos, Jeor y Jorah (Lord Comandante de la Guardia de la Noche y caballero caído en desgracia al servicio de Daenerys Targaryen, respectivamente). Como las osas, ellas crían en su cubil, mientras que los machos emprenden vidas solitarias. Aseguran ser «cambiapieles» y forjan a su alrededor la creencia de que bajo esta forma animal pueden concebir niños a partir de sus encuentros con un oso-amante. Con esta estratagema, tanto Maege como Alysane protegen a su descendencia de ser considerada «bastarda», a la vez que preservan la Isla del Oso lejos de ambiciones extranjeras, como las que acechan desde Roca Casterly. Siguiendo el propio mito fundacional de su Casa, las Mormont establecen un nuevo «padre-oso» por necesidad, al igual que empuñan las armas por ellas y su prole.
El presente relato forma parte de las cinco piezas seleccionadas entre las participantes en nuestro Concurso de ensayo Winter is Coming. El mundo medieval en Juego de tronos, premiadas con un ejemplar del libro de Carolyne Larrington.
Quiero señalar que no podemos clasificar literiariamente ni históricamente a Tolkien con la fantasía medieval.
Tolkien era filólogo, experto en Beowulf y conocedor de otros poemas épicos. Él escribió una mitología para Inglaterra, basada en la época anglosajona, que él conocía perfectamente. Sus obras son una idealización, lo mismo que todas las mitologías
¡Gracias por el aporte!